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Suerte

Otra vez la requisa. El hombre pidió que abriera mi chaqueta antes de entrar. Palpó mi cintura, pidió que abriera mi maleta y luego hizo una seña para que siguiera adelante. Pasé bajo un detector de metales que emitió ese chillido normal para quien entra.
Ya había oído ese montón de bips que invadía el ambiente en otras visitas. Rodeé con la mirada como siempre suelo hacer al llegar. No estaba muy lleno, normalmente a esta hora está así. Dejé mi maleta en la entrada y recibí el ficho para reclamarla después. Sigo hacia adentro. Música proveniente de diferentes máquinas unidas al montón de luz irradiado por las bombillas del lugar que contrastaban con la oscura noche que afuera rondaba la ciudad.
Oí el sonido de las monedas que una mujer insertaba en una máquina mientras las sacaba de un potecito de color azul. Me acerqué por detrás a un hombre robusto que estaba inclinado sobre una de las máquinas en la que se leía que tenía un total de 1500 créditos ganados e insistentemente presionaba el botón de apuesta máxima.
Fui hasta el fondo donde debía cambiar el dinero que llevaba y saqué un billete de 10 para empezar, pedí que lo cambiaran por dos de 5 y me alejé buscando donde empezar a probar mi fortuna.
Una máquina con diferentes dibujos de aves me tentaba a iniciar la ronda mientras veía a mi lado a un hombre de cabello largo que insistentemente presionaba el botón y miraba el resultado de cada jugada. Me miró igual. Pensé en saludar puesto que ya lo había visto varias veces allí. No sabía su nombre pero de tanto verlo en ese lugar creí poder saludarlo. No lo hice y seguí.
Inserté el billete para empezar a probar cómo me iba a ir esa noche. Jugué varias veces sin suerte alguna. Sí recibía algunos premios pero no se comparaban con lo que estaba apostando cada vez. El déficit se hacía más grande y veía disminuir el número de créditos que tenía.
Otro hombre, un poco más lejos, vestido con el chaleco que usa para montar en su moto, agitaba su mano sobre la pantalla de una máquina en la que apostaba en una ruleta electrónica. Parecía obsesionado. Su mano temblaba mientras se movía sobre la pantalla. Ansioso esperaba el resultado.
Otro hombre calvo y con una camisa a cuadros se paraba y se sentaba sin cesar en un vaivén anhelante mientras esperaba los resultados de su apuesta. Un poco más allá veía a una anciana parada al lado de una máquina más alta que ella, insertando monedas y presionando botones. Manoseaba la pantalla como rogando que la siguiente jugada era la que traería la suerte del premio mayor.
Ansioso saqué el otro billete e insistí en la misma máquina. Nada. Nada. Nada. Sentía que debía cambiar, pero no quería pararme sin darle la oportunidad de poder ganar algo de dinero. Quizá la siguiente jugada era la ganadora. Después de varios nada, muecas de casi y uno que otro grito apagado esperando sacar uno de los premios buenos de la máquina salieron las tres imágenes que permitían recibir juegos gratis. Sólo tenía dos o tres juegos más y de repente la máquina empezó a contar. Y rodaron los juegos gratis. Combinaciones de imágenes, unas servían otras no. Veía sumar y sumar créditos a esa máquina y terminé ganando unos 200 créditos.
Quizás la suerte me acompañara así que le di la oportunidad a la máquina. Ya sumaba casi 220 créditos y cada tiro que hacía me costaba los mismos 9 créditos que la máquina permitía apostar. Otras imágenes en línea permitieron que subiera más y más y cada vez más y no podía ocultar mi felicidad.
La verdad no conozco a nadie que se haya ganado un premio mayor en una de esas máquinas, pero me han contado que alguna vez vieron una máquina con bombas en la que supuestamente una señora había obtenido el premio mayor y había ganado unos cinco millones de pesos.
Quería cambiar de máquina un rato después. Me había aburrido. Presione el botón de cobrar y escuché el tintineo de las monedas caer una a una en el recipiente metálico. Tomé las monedas y las cambié por billetes para volver a ingresarlos en otra máquina que me incitara a apostar en ella. Di una vuelta y volví a observar al muchacho de pelo largo. Nuevamente insistiendo. Pasé al lado del señor calvo y estaba sentado en otra máquina, una con discos musicales que bailan y se mueven de un lado para otro. Se inclinaba sobre ella y parecía hablarle, un momento más tarde me pareció que se inclinaba y elevaba una plegaria a la misma.
Probé en una máquina a su lado con un duendecito que bailaba alegremente al obtener varios en una misma línea. Obtuve algunas veces esta posibilidad. También un juego especial de esa máquina que permitía elegir potes de oro para sumar a los créditos ganados. Miraba crecer mis créditos y creía que era mi momento de suerte.
Una mujer se me acercó ofreciéndome algo de tomar. Tomé un vaso de gaseosa y sigo en mirando las imágenes que proyecta la máquina. Otro casi y otro casi y esta vez sí y ay dios y bueno, otra racha de mala suerte. A veces imagino que todas esas jugadas ya han sido programadas y que en definitiva no hay azar. Mal perdedor dirán otros. No sé.
Presioné botones sin mirar mi total. Jugué y jugué hasta que de repente me di cuenta que estaba a punto de terminar lo que tenía en la máquina. Me había gastado hasta lo que había ganado. Terminé los pocos juegos que me quedaban y me paré. Decidí dar otra vuelta antes de seguir.
Una mujer obesa jugaba constantemente en esas máquinas que pagan una sola línea y que se gana al obtener tres sietes juntos. Además la posibilidad de jugar en una pequeña ruleta que hay encima de la máquina que hace que los premios de la máquina aumenten. La observé como pulsaba siempre la máxima apuesta y esperaba el resultado casi instantáneo.
«Me puede cambiar estas monedas por otras, que es lo último que tengo y me quedo solo con lo para el bus», me dijo otra señora de ojos cansados, con ojeras y una voz apagada que mostraba tristeza pero al mismo tiempo resignación. Le respondí negativamente y la vi dirigirse hacia el fondo. Minutos después la veía insistiéndole a la misma máquina. No quise acercarme porque no quería darme cuenta si estaba apostando el dinero de su pasaje, pero se demoró un rato allí.
La señora gorda recogía monedas en el potecito que tiene a su lado y no se paraba de la máquina. Muchas de esas monedas que salen serán unos minutos después vueltas a poner dentro de la máquina.
Hay una mujer que no para de fumar mientras espera que las monedas terminen de salir, no sé si se cansó de la máquina que estaba jugando desde que llegué horas atrás o si ya ganó lo que quería o si no ganó y está sacando lo último que le queda o se va para otra máquina después de gastar mucho tiempo en esta.
Me percaté que el hombre robusto que había visto al llegar ya no estaba en la máquina de la entrada y, además, que todo lo que había visto que tenía en créditos lo había perdido y daba vueltas buscando otro sitio donde sentarse o quizá solo daba vueltas para pasar el tiempo y a esperar amanecer.
Me di cuenta que el día empezaba a aclarar. Miré mi reloj y sentí el cansancio y el sueño por la hora. Llevaba como 8 horas allí. Los ojos pesados queriendo cerrarse. Reclamé mi maleta para poder salir. Revisé mis bolsillos y nada. Bueno, el dinero para poder tomar un taxi porque a pesar de que ya la ciudad ha iniciado su vida matutina y los buses ya han empezado a rodar, mi cansancio no me permite pensar en hacer esa travesía en un bus. Me alejo lentamente rumbo a casa mientras pienso en un nuevo intento de hacer fortuna de forma fácil.
Bueno, ni tan fácil; me dije a mí mismo después.

Publicado enPeriodismo

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